Trinoceronte

Porque 140 caracteres a veces no son suficientes

Archivo para la etiqueta “Ciencia y Religión”

¿Estrella de Belén?

Después de ~400 años discutiendo en círculos académicos el caso de la denominada «estrella de Belén» ¿no les parece que es justo que le demos feliz sepultura a este mito, o al menos que intentemos dejar de explicarlo científicamente?.  Por muy grandes que han sido los esfuerzos (baldíos en mi parecer) de astrónomos de todos los tiempos (desde l renacimiento hasta hoy) empezando con Johannes Kepler, quien fue posiblemente el que hizo de este asunto algo de interés para astrónomos verdaderos, no ha sido posible dar sentido a las ambiguas historias contadas en los evangelios, por quienes, valga la pena decir, no fueron grandes cronistas de sus tiempos y dijeron más mentiras sobre el mundo natural de las que cualquiera esta dispuesto a aceptar (personas creando pan sin trigo, ni hornos; gente que camina sobre el agua; muertos que vuelven de su sueño mortal después de un «abracadabra», etc.)  He aquí algunos argumentos para que declaremos cerrado el caso de la Estrella de Belén y nos dediquemos a buscar historias razonables en los registros de pueblos con verdaderas tradiciones «astronómicos» o mejores dibujantes que los pastores del medio oriente.

«Que un astrónomo discuta seriamente el cuento d’la estrella d’Belén, es como si un obstetra hablará seriamente sobre el caso del embarazo milagroso de la virgen María»
Diciembre 25 de 2014
http://bit.ly/trino-estrella-belen

 

Caricatura de Megan Hills.  Tomada de: http://bit.ly/16TDXCY

Caricatura de Megan Hills. El texto dice: «Ben, cuando esos tres señores se den cuenta de lo que haces, le encontrarán un ‘nuevo uso’ a tu apuntador láser».  Tomada de: http://bit.ly/16TDXCY

He asistido a mas conferencias de Astrónomos (profesionales y aficionados) sobre la denominada «Estrella de Belén» de las que estaría dispuesto a admitir.  He leído y escuchado sobre este supuesto fenómeno natural en libros, revistas y por supuesto programas de televisión, más de lo que hubiera querido saber o de lo que si debería saber sobre historias verdaderas de Supernovas observadas y registradas por Chinos y aborígenes americanos y australianos.

Todo ha sido en vano y lo diré sin anestesia: el relato sobre la estrella de Belén no es sino otro mito fabricado para endulzar las historias (seguramente también falsas) sobre el nacimiento de Jesús (un personaje sobre cuya existencia todavía también se espera verificación).  Un mito creado por lo que fácilmente podríamos considerar unos mitómanos crónicos (o unos fantásticos escritores de ficción, da igual), varias décadas después de la muerte del personaje en cuestión.

Aunque yo sé que para la mayoría, lo anterior es obvio, lo que no resulta tan obvio para mí, es por qué la Astronomía se ha esforzado por tantos años por explicar un mito como este.  Acepto que en los tiempos de Kepler, cuándo hasta los hombres más grandes de la ilustración eran devotos miembros de algún rebaño religioso, se hicieran algunos esfuerzos para usar una antigua ciencia de modo que explicará lo que decían los libros sagrados que esos hombres leían a diario.  Pero ese no es el caso ahora.  Hoy, cuando la gente razonable sabe que el valor científico de la Biblia, la Tora o el Corán es casi tan alto como el valor literario de un libro técnico sobre teoría de cuerdas, no tiene mucho sentido seguir esforzándonos por explicar una historia contada por un pueblo supersticioso y desprovisto de cualquier tradición astronómica.

La situación es casi tan ridícula como si Obstetras profesionales se esforzaran por explicar desde la medicina moderna, como una mujer concibe un ser humano sin la intervención de un hombre o una «probeta».  O tal vez como si un grupo de Hematólogos se reuniera para investigar las razones por las que la sangre de un santo se licúa nuevamente en la temporada turística de las iglesias en Francia o Italia.

No quiero decir que estas cosas no tengan un valor sentimental, espiritual y hasta cultural para los pueblos del mundo.  Respeto (aunque no lo crean) esas ideas por lo que valen para la cultura o la historia.  Pero de ahí a pretender usar la ciencia para explicar estos relatos míticos ¡hay mucho trecho!

Sin pretender caer en el juego en el que los Astrónomos han caído durante todos estos siglos, he aquí algunas ideas aisladas, de por qué la Estrella de Belén debería ser considerada tal vez mejor el primer UFO (OVNI) de la historia y no como un verdadero fenómeno astronómico.

La primera y más importante razón para jubilar el mito de la Estrella de Belén, ya la he mencionado: las fuentes son altamente poco fiables.

La estrella de Belén aparece descrita en el Evangelio de Mateo, posiblemente el más «loquito» de todos los evangelistas; aquel con el mayor número de referencias a milagros que desafían principios científicos básicos (incluso conocido por filósofos griegos 400 años antes de su tiempo).  Sus relatos son bonitos (también lo son los libros de Harry Potter) pero no pueden ser usados como referencias históricas o científicas.  No se trata pues de un cronista romano o griego o de algún juicioso astrónomo Sumerio, Chino o Indio.  Ni siquiera estamos hablando de algún artista de la edad de piedra en los desiertos de Norte América, que al parecer, valga la pena decir, tenían un conocimiento más cercano del cielo que el pueblo que dio estos fantásticos autores de ciencia ficción escogidos para la compilación que hoy llamamos la Biblia.

Con estos antecedentes ¿para qué darle credibilidad a la historia?.

Estamos hablando de un pueblo que creía que la Tierra era plana (aunque las libros disponibles en las bibliotecas del norte de Egipto demostraban que no lo era – ciertamente los evangelistas no tenían un carné de la Biblioteca de Alejandría).  Para este pueblo una «estrella» podía ser vista en Bagdad (casi 1 huso horarios más adelante) a la misma altura que sobre Nazareth.  Obviamente para ellos la estrella tampoco se movería de su lugar a pesar de que tomará semanas o meses desplazarse en camello desde un reino lejano.

Pero, bueno, muchas otras historias de la antigüedad suenan ridículas, pero reflejan eventos históricos que ocurrieron en realidad.  No es mi punto develar aquí las imprecisiones científicas del relato bíblico.  No hace falta, son tan obvias que se caen por su propio peso (¿o no?).

Primero se dijo que podría ser una conjunción de los planetas Júpiter y Venus.  ¡Maravilloso! Pero por cerca que puedan estar dos planetas en el cielo, cualquier astrónomo de la antigüedad reconocería los dos planetas como puntos separados, por más juntos que estuvieran y no como una sola «estrella».  Es cierto que hubo un par de conjunciones planetarias impresionantes alrededor del tiempo de nacimiento del personaje (mitológico) en cuestión, pero las hay en realidad con mucha frecuencia en casi todos los tiempos de la historia.

Podría haberse tratado de una Supernova o tal vez un cometa.  Sin embargo, se trataría de la Supernova o el cometa más raro de la historia: un fenómeno que solo fue visto en medio oriente.  Ninguno de los pueblos que si estaban observando y registrando el cielo con cuidado, y no solo para ver «luceritos de pesebre», tiene registros de un evento de este tipo en los años en los que supuestamente se produjo.

Registros Chinos (que incluyen mapas reales del cielo) nos han permitido precisar sin inconvenientes el lugar en el que están los restos de una estrella que exploto en el año 1054.  ¡Esa si es una historia!

Registros Chinos (que incluyen mapas reales del cielo) nos han permitido precisar sin inconvenientes el lugar en el que están los restos de una estrella que exploto en el año 1054. ¡Esa si es una historia para contar en conferencias en estas festividades!

Verdaderos arqueoastrónomos han logrado rastrear registros históricos de eventos astronómicos sobresalientes (cometas, supernovas, eclipses, conjunciones y ocultaciones) en culturas de la antigüedad, hasta 4,000 años atrás en el tiempo.  De modo que no se trata de una falta de datos o de información independiente sobre el cielo durante aquellos tiempos.  La Estrella de Belén, sin embargo, ha resistido los análisis más juiciosos (y baldíos) de verdaderos especialistas.

Mi llamado es entonces para todos los colegas de la comunidad astronómica, sean estos profesionales o aficionados, para que dejemos de propagar la idea de que la Astronomía tiene algo que decir sobre este mito bíblico.  Dejemos a la Estrella de Belén en el pesebre, a donde pertenece naturalmente.  No usemos nuestra ciencia para explicar un mito tan risible como este así como los médicos Forenses no intentan explicar las historias de hombres que resucitan después de 3 días de estar muertos.

¡Felices fiestas!

Actualizaciones:

He aquí algunos comentarios interesantes que he recibido sobre esta entrada y que podrían complementar y corregir algunos puntos de vista sobre el asunto:

  • Daniel Krauze, un buen amigo de Medellín y que conoce mucho mejor que yo la cultura Judía me escribe precisando:

«Me parece muy bueno el punto al que intentas llegar, muy de acuerdo en que hay que desmitificar muchas «creencias» poco salidas de la lógica y la racionalidad sin que esto signifique el menosprecio a las culturas que las apropian. Pero si quisiera dar una precisión al respecto de un par de datos imprecisos que has dado. El primero tiene que ver que para el pueblo del supuesto autor del evangelio de Mateo (Que evidentemente no es el judío y no tiene nada que ver con la cultura judía ni mucho menos la identidad judía e ningún aspecto y no me refiero sólo a lo teológico) la Tierra no era plana, de hecho era considerada cómo una pelota (En hebreo: kadur) y esto queda plasmado en diferentes escritos de por lo menos 400 años antes del supuesto nacimiento del primer Yeshu (de los 4 que en realidad existieron) y que se confirman en otra serie de libros del judaísmo (Que poco hablan de religión) tales como el Talmud en épocas posteriores. En segundo lugar la astronomía era una de las principales ciencias que el pueblo judío se dedicaba, lo cual tiene una explicación muy simple, el calendario hebreo es lunisolar que siempre necesitaba la constante observación de los fenómenos astronómicos, pero la diferencia radica en que el pueblo judío no ha traducido el Talmud (escrito en hebreo y arameo) sino hasta hace un par de siglos atrás. En este libro el Talmud (Que en realidad es la recopilación de muchos libros, tratados, etc y que básicamente habla sobre todos los temas de la legislación judía y trata cada tema de forma sistemática) da cualquier cantidad de datos astronómicos* que si bien no eran de exclusivo conocimiento del pueblo judío, eran manejados desde hace mucho por el pueblo, lo cual tiene incluso una explicación histórica plausible que nada tienen que ver que con los relatos alegóricos de la Torah, pero que si hacemos el ejercicio correcto de reconocer la historia y de intentar entender el mito, relato o cómo lo queramos llamar y el momento histórico cuando fue escrito podríamos reconocer en ellos el sentido real (no hablo de nada espiritual) de lo que quisieron los ancestros del pueblo judío (hacerlo con cualquier pueblo antiguo) transmitir. Esto da cuerda para rato.»

Los Parásitos de la Ciencia

En relación con la ciencia, en el mundo hay tres tipos de personas: los que saben que la ciencia esta ahí y es importante, aunque no participen de su desarrollo pero tampoco lo obstaculicen (estos son la mayoría); los que hacen ciencia (lamentablemente una minoría); y aquellos que gozan de sus beneficios (como todos los anteriores) y que aún así la consideran un fenómeno intelectual y cultural tan arbitrario como la superstición o el mito (por suerte estos son una gran minoría).  A estos últimos, los llamaré aquí los «Parásitos de la Ciencia»

«Es por esto (http://bit.ly/columna-religion-ciencia) que hay que empezar a enseñar Ciencias Naturales en las Facultades de Humanidades en Colombia»
Enero 31 de 2014
http://bit.ly/trino-ciencias-fac-humanidades

El primer transistor construído en los Laboratorios Bell en 1947. Muchos Parásitos de la Ciencia hoy que hubieran vivido en aquel entonces habrían rechazado la cuantiosa inversión económica destinada a estudiar una tecnología inútil como esa

El primer transistor construído en los Laboratorios Bell en 1947. Muchos «Parásitos de la Ciencia» de hoy habrían seguramente rechazado en su momento la cuantiosa inversión económica destinada a estudiar una tecnología inútil como esta. Hoy la posibilidad que esos mismos parásitos tienen de comunicarse se debe a la ciencia inútil de ese pasado

La ciencia es uno de los proyectos sociales más fascinantes y prolijos en toda la historia de nuestra especie (y posiblemente de la vida en la Tierra como un todo).

Con apenas unos siglos de existencia, el pensamiento científico ha reducido a casi cero la mortalidad infantil en casi todo el planeta; nos ha dado la calidad de vida que necesitamos para explorar el Universo (tanto el exterior como el personal); y ha provisto los mecanismos necesarios para mantenernos en contacto con seres humanos en todo el planeta.  Entre muchos otros beneficios cotidianos, cuyo origen a veces olvidamos.

Ante la evidente realidad de que la ciencia ha sido parte fundamental del progreso de nuestra especie en los últimos cuatro siglos, no se entiende cómo todavía es posible encontrar a personas, supuestamente «cultas» y educadas, que tienen la osadía intelectual de sugerir que la ciencia, como aproximación al entendimiento del mundo, es tan o mas arbitraria que la superstición o el mito.

Solo se me ocurre una explicación para este absurdo: la educación científica, si bien es parte de la formación básica de casi todos los seres humanos (por lo menos de los que pueden pasar por una escuela), esta misteriosamente excluída de los programas profesionales de abogados, periodistas, artistas, administradores, entre otras profesiones que en Colombia y en países con un desarrollo similar, llevan las riendas del estado o son los líderes de la opinión pública.

Mientras que los programas de ciencias e ingeniería tienen que incluir por ley una dosis de formación humanística (lo que es absolutamente indispensable para formar profesionales integrales – un ideal, que como todos, no se logra siempre, al menos es mandado por ley), a un estudiante de Derecho, Comunicación Social o Periodismo o a uno de Artes Plásticas o Música, difícilmente se les enseña (y menos por mandato de la ley) principios elementales de biología, física, química o astronomía.  Para obtener sus «cartones» ninguno tiene que saber, más allá de lo que aprendió en la secundaria, como se organiza y funciona el mundo en el que viven (la mayoría, si son verdaderamente cultos, lo aprenderán por su cuenta)

Como resultado de esto, algunos importantes políticos, dirigentes y periodistas a duras penas entienden que es la ciencia y en casos extremos (como el documentado abajo) inclusive llegan a renegar de ella.  Eso sí, sin dejar por ejemplo de tomarse su «pastillita» matinal para la presión, es decir, de gozar de los beneficios de la ciencia que ignoran.

La semana pasada se publicó en un importante diario en Colombia una columna de opinión en la que uno de esos profesionales de las humanidades (confieso que desconozco su profesión aunque dudo que se haya graduado de un programa de ciencias naturales) argumentaba como las religiones y sus vicios sociales (muy criticados en estos días en nuestro país) eran tan arbitrarios como los de la «sacrosanta» ciencia.  En un reconocido estilo «posmodernista» (como se llaman ellos mismos en círculos académicos) el personaje, que se apoda a sí mismo «Atalaya» (dejo a todos sacar sus conclusiones sobre su afiliación ideológica), afirma que la ciencia no es más que una religión más y que los científicos (y otros intelectuales sensatos) se comportan actualmente como «sacerdotes de la razón».

Me permito citar aquí algunos apartes de su columna que pueden encontrar completa en este enlace.  Me sirvo de ella porque es un excelente caso de estudio para mis estudiantes de ciencia.  Un caso típico de comparación inapropiada entre la Ciencia y la Superstición, vicio muy frecuente entre los «parásitos de la ciencia».

La columna comienza así:

De un tiempo para acá parece ser «conditio sine qua non» para ser un intelectual, o simplemente alguien racional, informado y despierto, atacar a la religión, cualquiera que ésta sea.

Atacar doctrinas es justamente el centro del pensamiento científico, sean estas basadas en la superstición o en la razón misma.  Ha sido justamente la «persecución» del error y la «intolerancia» por el sinsentido, la clave del progreso en la ciencia. No hay entonces ningún viso de «moda» en esta actitud de intelectuales y científicos.  Es más bien una actitud natural ante el sinsentido de la superstición.

Lo extraño es que aquellas mentes elevadas que han desvelado los engaños de la religión utilizan un tono burlón, desdeñoso, al referirse a otros sistemas de creencias.

El sarcasmo y el humor son el único recurso que ha quedado en esta discusión centenaria.  Por milenios el poder ha protegido a la superstición.  El analfabetismo (y en general la falta de sentido común) son también presa fácil de la superstición.  Por todo esto la religión ha mantenido una posición importante en la sociedad,  aunque sus dogmas no inspiran sino una profunda sospecha en cualquier ser humano con sentido común.  De allí la necesidad de seguir intentando desenmascararla.

Ahora bien, y este es quizá el punto más importante aquí.  La ciencia no es un sistema de creencias, como sugiere el autor.  Aunque existen muchas definiciones diferentes (la mayoría más inteligentes que la que doy aquí), la Ciencia se podría definir como la suma de un «método» para formular preguntas sobre el mundo y buscar respuestas coherentes a esas preguntas y de un mecanismo social para desvirtuar respuestas arbitrarias, irracionales o incoherentes, tales como las provistas por la superstición y otros vicios humanos.

La ciencia es pues, una «pala» para escarbar en la ignorancia y un «colador» para escoger las «piedras preciosas» de la basura sin valor.  El colador no es perfecto; se nos pasan algunas piedras con menos valor del que creemos, pero ha demostrado ser el más poderoso en la historia de la humanidad.  El conocimiento científico es la suma de «piedras preciosas» y otras que no lo son tanto, todas encontradas con la pala y el cedazo que la definen.

El artículo continúa así:

[…] se tiene que ser muy inocente o descarado para seguir creyendo en la pureza de la academia, en la infalibilidad del método científico, en la transparencia de los procesos investigativos y, en general, en los corazones éticos, diáfanos y puros de científicos e intelectuales.

En esto estamos completamente de acuerdo con el observador desde la Atalaya.  Como buen humanista que parece ser, conoce mejor  el corazón humano y ve más fácilmente las fallas de los científicos y de la academia como sistema social de lo que lo vemos quienes estamos adentro. Es cierto que ser científico no lo hace a uno un dechado de virtudes.  Tampoco lo convierte a uno en un robot objetivo.  Sin embargo, y si lo piensan bien, esta es en realidad una de las cualidades más fantásticas de la ciencia como proyecto humano: la ciencia existe y funciona a pesar de los científicos.

Sigamos con la lectura:

Al igual que con la religión, las ciencias hoy en día están atravesadas por agendas políticas e intereses personales y comerciales. Tan así es que se celebra la funesta alianza universidad-empresa como algo deseable.

Hay que recordar en este punto que no todas las alianzas de la ciencia han sido malas a largo plazo.  Por ejemplo la alianza entre Ciencia y Milicia dio lugar a un fenómeno tecnológico y humano muy incluyente como lo es Internet (que a propósito usan el 80% de los lectores para leer la columna desde la Atalaya y este blog)  El egoismo y la ambición humana son fuerzas poderosas en todas las sociedades, incluída las sociedades científicas, pero de nuevo y misteriosamente, incluso las relaciones más tormentosas de la ciencia han terminado a largo plazo produciendo beneficios positivos.  Pero no se confundan.  No estoy diciendo aquí que este de acuerdo con todas las alianzas de la ciencia con otras fuerzas sociales; o que crea que el fin justifica cualquier medio en la ciencia.  Pero de nuevo, los métodos y filtros de la ciencia, han tenido históricamente el poder de excluir lo que no sirve y dejar conocimientos con un alto grado de valor práctico, justamente los que han contribuido al progreso que vemos.

Es la Ciencia y no los científicos, lo que esta en discusión aquí.

Quizá el punto más delicado de la perorata «anti científica» del columnista llega en este párrafo:

Una ciencia que día a día es más amoral y despilfarradora, destinada a trabajar para cumplir con la demanda de tecnologías fútiles, programadas para volverse obsoletas; una ciencia que fomenta y financia investigaciones intrascendentes (¿cuánto se critica el boato y el lujo de la Iglesia y nada se dice sobre el costo absurdo de descubrir el bosón de Higgs, por ejemplo, que no tiene un fin práctico?)

¡Válgame señor!  Comparar el despilfarro y los abusos históricos de las «religiones» (que solo gerencian superstición y hacen promesas de salud, riqueza y bienestar que difícilmente pueden cumplir sin la intervención de cosas muy reales como la economía o la ciencia misma) con la investigación científica básica, solo puede provenir de un verdadero Parásito de la Ciencia.  Un parásito es un organismo que se beneficia de lo que le provee su anfitrión, el mismo que ataca y puede llegar destruir.  Pero ni los parásitos en el mundo natural, pueden ser tan dañinos: saben bien que para sobrevivir y seguir haciendo lo suyo, necesitan mantener vivo aquello que atacan.

Veamos.  Mientras este «Homo Sapiens Postmodernum»  escribía esas palabras, señales electromagnéticas viajaban a través de semiconductores llevando sus «sabias reflexiones» hasta dispositivos de almacenamiento magnético de alta tecnología.  Más tarde sus reflexiones traducidas en la forma de 1s y 0s viajarían a través de cables de fibra óptica hasta el editor del periódico, que finalmente los hizo públicos en Internet.  

Todo lo que paso entre sus dedos calientes y el lector al que quería afectar, fue solo posible gracias al «despilfarro de la ciencia».  Ese despilfarro pago el salario del Prof. James Clerk Maxwell en la Inglaterra de mediados de 1800s.  Este profesor, en lugar de dedicar sus días a algo útil y productivo para su época (diseñar por ejemplo mejores vehículos movidos por vapor), se dedico a hacer poesía con las matemáticas y física acumulada por otros inútiles como él.  Con el tiempo (y después de mucho dinero invertido por los contribuyentes ingleses) Maxwell predijo la existencia de las ondas electromagnéticas, sin ninguna aplicación reconocible en los 1800s y que hoy 150 años después, nos permite a todos, incluyendo a los parásitos de la ciencia, comunicarnos y dar a conocer nuestras ideas casi instantáneamente en todo el planeta. Pero este es solo un ejemplo de como la ciencia produce beneficios que no siempre ocurren a corto plazo (ejemplo que a propósito fue tomado directamente del fantástico libro «El Mundo y sus Demonios» de Carl Sagan, que todos los científicos y humanistas por igual deberíamos leer como parte de nuestra formación profesional)  Otros eminentes ejemplos fueron el desarrollo del Transistor y del LASER a mediados del siglo XX, ambos con pocas aplicaciones en su época e ingentes presupuestos implicados.

El artículo original continúa sobre estas líneas:

Una ciencia que, al igual que la Iglesia y sus secretos, tiene grupos de poder inaccesibles llamados pares académicos, sacerdotes del conocimiento práctico y estandarizado; una ciencia constreñida y corrompida por índices de citación y demás neoescolasticismos académicos que garantizan forma y no fondo

Nuevamente acierta el señor.  Estamos sufriendo de eso y de mucho más en las sociedades científicas.  Pero de nuevo, los descubrimientos siguen apareciendo.  Es cierto que ahora las buenas ideas, los verdaderos saltos en el conocimiento aparecen a veces enterrados en un «basurero» de ideas relativamente convencionales que se publican para mantener índices que son requeridos para conseguir un trabajo o progresar en él.  Pero aún así, esos vicios sociales no han reducido el progreso científicos.  Es cierto que debemos combatir estas prácticas en la ciencia, encontrar alternativas para organizar mejor el avance de la ciencia, pero el modelo original sigue intacto.

Más injustificada aún es la crítica que hace el columnista al lenguaje de la ciencia:

[…] una ciencia que es nicho de poder de intelectuales y académicos, quienes aíslan el conocimiento del público inventando conceptos enrevesados y lenguajes mágico-místicos a los cuales tan sólo unos pocos iniciados pueden acceder, manipulando fieles como antaño hacía la Iglesia medioeval con el latín, para seguir regodeándose en sus prerrogativas.

Tal parece que el autor no lee un libro de divulgación científica desde la infancia o la secundaria.  Su comentario parecería desconocer el boom actual de la literatura científica no especializada que ha puesto, al nivel de todos los seres humanos con una mínima educación científica y sentido común, hasta las investigaciones más sofisticadas.  Desconoce también que los científicos más reconocidos del presente se han convertido también en autores de best sellers aclamados, escritos para que los entiendan miles de millones.

Ahora bien.  Desconocer que la ciencia de frontera es muy cercana a un «club privado» a los que pocos pueden acceder, sería también una miopía imperdonable de mi parte.  Sin embargo, a diferencia de la superstición y del mito, el simbolismo y el lenguaje interno de la ciencia, también han progresado.  Así, para criar palomas hace 200 años solo necesitábamos algo de aritmética pero para buscar medicamentos hoy día se necesitan enrevesados conceptos de topología y teoría de números.  Pero esta no es una estrategia de exclusión.  Simplemente los problemas ahora son mucho más difíciles.

De otro lado la superstición y el mito siguen utilizando un lenguaje sencillo e incluyente.  Un lenguaje que poco ha evolucionado.  Esta es la clave por la que siguen siendo tan populares en los sectores menos favorecidos por la educación o peor entre gente educada pero con muy poco sentido común.  Esta es justamente la clave de que se los prefiera frente a formas más estructuradas de conocimiento.  Decir que la superstición es mejor que la ciencia porque usa un lenguaje entendible por todos es como creer que vivir en chozas es mejor que vivir en casas de ladrillo con electricidad, porque el material de las chozas esta disponible para que cualquiera lo recoja.

Sobre la fé, otro motivo de confusiones en la discusión ciencia-religión, dice el columnista:

Hemos trasladado nuestra fe en la religión a la ciencia, y así como hasta hace no mucho había asuntos religiosos incuestionables, que lo eran por razón de la infalibilidad de quienes los decían, hoy el método científico, pero sobre todo sus defensores fundamentalistas, posee esa carga de infalibilidad

La fé es una acto de sumisión intelectual y «conditio sine qua non» para estar afiliado a un sistema de superstición organizada.  Nada en la ciencia, sin embargo, requiere por definición un acto de sumisión de este tipo.  Quien quiera modificar un dogma en una religión, debe fundar en el proceso una religión nueva.  El científico que quiera revertir una hipótesis o un principio de la ciencia aceptada, no solo puede hacerlo, sino que esta en la obligación de intentarlo.

El autor confunde «fé en la ciencia» (que es una contradicción) con el respeto irracional por la ciencia y los científicos.  Los seres humanos asumimos muchas veces actitudes irracionales ante cosas que admiramos profundamente.  Pero esa admiración irracional no hace mala a la ciencia ni la hace comparable con la religión.

Pero hay irracionalidades de irracionalidades.  Seguir a un líder que exige el 10% de tu salario a cambio de favores sobrenaturales con la única excusa de la fé y admirar irracionalmente una forma de conocimiento que hizo desaparecer enfermedades que en el pasado mataron a millones, es ciertamente muy diferente.

Termino, insistiendo nuevamente en la separación entre ciencia y científicos, pero sobre todo entre ciencia y superstición.  Los humanos somos muy imperfectos, bien sea que dirijamos un instituto de investigación científica o una iglesia.  Pero el proyecto detrás de estas imperfecciones nos diferencia.  La Ciencia ha resistido la corrupción, los intereses ocultos, las alianzas y las mafias y ha demostrado ser una búsqueda prolija que ha cambiado el mundo.  En contraposición de las cientos de religiones en el mundo, llenas de santos y de mafiosos también, ninguna ha curado una sola enfermedad real (solo imaginarias) o ha alimentado a un solo pueblo durante una sequía o un invierno prolongado a punta de oraciones.

Una reflexión final: si aún en un mundo de gente «tan mala», hemos llegado con la ciencia donde estamos, ¿cómo sería si todos los santos de la iglesia hubieran invertido su bondad y valioso tiempo para buscar respuestas a las preguntas fundamentales relacionadas por ejemplo con el cerebro o con la vida?

Navegador de artículos