347940
Despertar sabiendo que un asteroide tiene tu nombre no es una historia que se pueda contar todos los días. A pesar del inmenso honor que siento por este reconocimiento quiero también resaltar aquí algunas realidades alrededor de este «bautizo» y en general de lo que significa que podamos ponerle nombres al millón y pico de asteroides que conocemos y que flotan entre las órbitas de Marte y Júpiter.
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Mayo 20 de 2014
http://bit.ly/trino-asteroide
Como seguro muchos sabrán (o adivinaran al leer la introducción a esta entrada) un asteroide de unos 8 kilómetros en el cinturón principal ha sido bautizado con mi nombre. Es un honor increíble que un objeto del Sistema Solar lleve el nombre y apellido que me pusieron al nacer. El honor es aún más grande para alguien que esta vivo y que puede disfrutar, por ejemplo del reto de buscarlo y verlo en el cielo. No sé si el Asteroide es afortunado o si la afortunada es mi mamá que con una gran visión me puso el nombre de una «piedra espacial».
Me siento muy contento en especial por las personas más cercanas a mí, mis hijos, esposa, padres, hermanos, sobrinos, etc. que pueden contar la historia de que un pariente suyo ha servido como etiqueta para un cuerpo que posiblemente estará en el espacio por otros 5 o 7 mil millones de años más. Pero más importante es que este reconocimiento valida el trabajo que he hecho en la Universidad de Antioquia, a veces con mucha dificultad y enfrentando el escepticismo de mis colegas, por el desarrollo de la Astronomía local y nacional. Espero también que sea un aliciente para mis estudiantes que ahora saben que trabajando muy duro y persiguiendo las metas más altas (a veces contra la corriente) se puede conseguir premios inesperados en la vida, como ese de que sus nombres sean «inmortalizados» en el cielo.
Pero esta entrada no es el espacio para dar un discurso de agradecimiento. En realidad la escribo como una entrada académica sobre lo que justamente significa que le demos nombre a las «piedras» del Sistema Solar.
Lo primero que me dijo Sofía, mi hija de 8 años, cuando se enteró de este reconocimiento fue: «Papi: ¿por qué los Astrónomos le ponen el nombre a los asteroides? es como si yo saliera por la calle y empezará a ponerle nombre a las piedras que me encuentre en el camino». Muy buen punto el de Sofía. Solo un niño podría, en lugar de emocionarse, identificar un poco el «ridículo» del bautizo de una piedra. El problema es que Sofía no sabe, tal vez por su edad, que los humanos somos unos bichos raros para los cuales estas cosas son realmente muy relevantes.
Ponerle el nombre a los Asteroides del Sistema Solar no tiene, primero, nada que ver con la ciencia detrás de estos antiguos restos de la formación del sistema planetario y segundo no afecta para nada lo que sabemos de ellos o lo que eventualmente les va a pasar. Estamos hablando de una costumbre muy humana, esa costumbre de clasificar, marcar o etiquetar todo lo que vemos. Las etiquetas usadas por la ciencia para nombrar las cosas son muy diversas. Van desde nombres propios completamente nuevos, palabras de uso común, acrónimos hasta esquemas simplificados usando números y letras. En realidad el protagonista de esta historia (el asteroide 347940), ya tenía una etiqueta, aunque no muy romántica: 2003 FZ128. La etiqueta lo dice todo: el asteroide fue descubierto en 2003, en la segunda quincena de Marzo (F) y fue el objeto 3225 descubierto en esa quincena (Z128). Obvio, ¿no?
Desde tiempos históricos, sin embargo, distintas culturas han decidido usar nombres de cosas terrenales (bien sea personajes reales o ficticios) para nombrar las cosas del cielo. Así fue como personajes de todas las mitologías y culturas se ganaron su lugar entre las estrellas y las constelaciones. Desde finales de los años 70 la Unión Astronómica Internacional (IAU), que es la máxima autoridad en temas de estándares astronómicos, decidió que nombres menos «literarios» pudieran ser asignados al menos a los cuerpos más abundantes del Sistema Solar: los asteroides. Así fue como llegó mi nombre allá. Ahora bien: el nombre de otros 18,540 personajes, lugares, agrupaciones entre otros, había ya ganado esa honrosa distinción antes de mí (en este enlace encontrarán una lista completa en orden alfabético de los distinguidos hasta mayo 15 de 2014, incluyéndome).
Se conocen alrededor de 1 millón de asteroides de los cuales aproximadamente 625,000 tienen denominaciones tan poco románticas como 2003 FZ128. Las reglas dicen que los descubridores (es decir los astrónomos que registraron por primera vez su posición) pueden ponerle el nombre de algún personaje, lugar y organización. El nombre no es arbitrario sino que debe cumplir unas reglas básicas: no deben parecerse a nombres ya puestos a otros cuerpos; deben ser pronunciables (pero ¿por quién? encuentren a un italiano o un gringo que pronuncie Jorge correctamente); no deben glorificar individuos o eventos políticos o militares (por lo menos no antes de que pasen 100 años). Tampoco es que se le pueda poner el nombre del perro a un Asteroide. Todos los nombres propuestos deben llevar una justificación escrita y son rigurosamente revisados antes de que se emita la circular aprobándolos. Sin embargo hay una regla que se pasa de lo injusta: los descubridores no pueden poner su propio nombre a los objetos que descubran.
Y es que en el caso del 347940 hay un personaje que merecería con creces que su nombre residiera también entre los asteroides. Se trata del Profesor Ignacio Ferrin, co descubridor de la piedra en cuestión. Los que lo conocen saben que Ignacio es, como decimos por aquí, un «caramelo escaso». Su nacionalidad, al menos por su acento y rasgos culturales, parece indeterminada: 20% Gallego (Español), 70% Venezolano y 10% Colombiano, o como él dice, 100% del lugar donde haya comido en los últimos 6 meses. Como lleva 5 años en Colombia, él se declara «gastronómicamente» Colombiano.
Ignacio me hizo el honor, pero ciertamente el honor es todo suyo. Fue él, con su mejor estudiante hace más de 10 años, Cesar Leal, quienes se pasaron noches en vela y días sin descanso buscando entre miles y miles de fotogramas, rastros «invisibles» de piedras que se movían entre las estrellas. Las fotos habían sido tomadas con un telescopio del Observatorio Nacional de Venezuela. Después de mucho buscar encontraron cerca de 500 que parecían definitivamente objetos orbitando al rededor del Sistema Solar. Tras descartar uno a uno aquellos que ya habían sido descubiertos antes, se quedaron con una «relativamente» corta lista de 12. Como yo no he descubierto ninguno, para mi es lo mismo 12 que infinito. Pero ver un asteroide por una vez no es suficiente para decir que existe y que merece un nombre. Después del reporte original, los años pasaron para Ferrín y Leal hasta que llegaron por fin las confirmaciones. Uno a uno los cuerpos descubiertos fueron confirmados y los dos investigadores Venezolanos empezaron la ardua tarea de encontrar nombres apropiados para ellos.
El último de esos cuerpos, nuestra piedra de unos 8 km (debo decir que su tamaño no ha sido medido con precisión y esta es solo una estimación con base en su distancia, brillo y albedo), tiene una órbita que lo sitúa a 300 millones de kilómetros del Sol. A esa distancia debe recorrer la medio bicoca de 1,800 millones de kilómetros para completar una vuelta alrededor de él. Este periplo le toma periódicamente unos 5 años. Tuvieron que esperar Ferrin y Leal más de 10 años para que por fin la IAU y el Minor Planet Center (MPC) dieran el visto bueno para nombrar el cuerpo (eso ocurrió en el mes de octubre de 2013).
El resto de la historia es lo que vimos en el emotivo acto del 20 de mayo de 2014 en el Parque Explora (una versión en línea del evento puede verse en este enlace). Además de ser un gran astrónomo observacional y un maestro, Ferrín creo una atmósfera de misterio alrededor del nombre del Asteroide y nos mantuvo en vilo hasta el último minuto cuando el auditorio estallo en aplausos al descubrir que un paisa había logrado un escaño entre esos más de 18,000 asteroides con nombre.
Como saben hay otro colombiano (es más, otro paisa) que puede contar una historia parecida. Se trata de Antonio Bernal, un ingeniero aficionado a la astronomía que de aficionado no tiene un pelo. Antonio lidero en 1986 por estos lares la campaña de observación del cometa Halley. Fue co fundador de las agrupaciones más importantes de astronomía en Medellín y Colombia. Fue maestro de muchos de los que en su tiempo en Medellín apenas dábamos los primeros pasos con entusiasmo y que lo admirábamos por su profesionalismo a pesar de que ninguna institución académica lo había acreditado como astrónomo. Autor de libros, escritor para la revista Sky & Telescope. Director del Planetario de Medellín por un tiempo. Hoy Antonio, encontró su casa, además de entre los Asteroides del Cinturón Principal (el suyo lleva la denominación (1982592) Antbernal) en España, después de que como ya es común en nuestra tierra, ninguna institución, ni Medellín, ni en Colombia fueron capaces de ofrecerle la estabilidad y felicidad que un hombre con su talento debería tener.
Doble honor estar sentado hoy al lado de Antonio. Y al lado de otros ilustres personajes como (775) Lumière, (777) Gutemberga, (3313) Mendel, (5102) Benfranklin, (8661) Ratzinger (sé, ese Ratzinger), (876) Scott, (3092) Herodotus, (6123) Aristoteles, (7014) Nietzsche, (79144) Cervantes, (8240) Matisse y hasta (2620) Santana (una lista de los más famosos nombres de Asteroides puede encontrarse en este enlace)
Como es común en este blog ya me estoy extendiendo mucho. No puedo terminar sin decir que hay un nombre aún más grande que todos los Astrónomos de Colombia que han vivido. Se trata otra vez de un Ingeniero y Matemático (que por estos lados y en su época era lo mismo que Astrónomo): Julio Garavito. Su nombre esta grabado entre los más grandes filósofos y científicos, en un cráter en las regiones polares de la Luna, a tan solo unas «cuadras lunares» del gran Leibniz.
Termino con una lista. ¿Qué tiene entonces de bueno y de malo para la Astronomía Colombiana este bautizo? (si, también tiene cosas malas):
Las cosas buenas: (1) un colombiano más; (2) ese colombiano soy yo (bueno, eso fue muy egoista); (3) un paso más para poner a la Astronomía en el top-of-mind de los colombianos; (4) el nombramiento es una «llave» para abrir las puertas de las oficinas y los cerebros de gobernantes y funcionarios que podrían ayudar a la Astronomía Colombiana en el futuro próximo; (5) es un aliciente para todos los estudiantes que están hoy estudiando Astronomía o quieren hacerlo y que ahora pueden agregar a sus sueños el de pasar a engrosar la lista de asteroides con nombres.
Las cosas malas: (1) que no haya un asteroide con el nombre de Ignacio (a todos mis estudiantes los conmino a descubrir uno, ojalá más grande que Jorgezuluaga y ponerle el nombre de Ferrin); (2) que no hayan más de 16 caracteres para el nombre; ya mi mamá me regaño porque no puse el apellido de ella, Callejas (este también es muy egoista); y finalmente pero no menos importante (3) que Venezuela lleve más de 30 o 40 años haciendo Astronomía incluyendo el descubrimiento de asteroides y que mientras tanto en Colombia nos toque parir micos para que nos prestén atención y nos den el apoyo para tener nuestros propios instrumentos.
Espero que cuando esto último pase le podamos devolver a Venezuela el gran honor que nos ha hecho Ignacio. Él esta de primero en la lista. Después de eso espero que podamos descubrir muchos más asteroides y nombrarlos como los otros cientos de ilustres personajes (o martires) de la ciencia nacional. Ahora bien ¿quién creen que será el siguiente?
Actualización: Junio 4 de 2014
No puedo dejar pasar la oportunidad de subir esta bella caricatura que Alejandro Rua me hizo llegar a través de su esposa Lorena Aristizabal a quien queremos mucho por estos lares.